Quien tiene un trabajo tiene un tesoro, pero qué difícil cuando la maleta de ilusiones precisa visado, sponsor y billete de avión. A día de hoy, 258 millones de personas son emigrantes internacionales, según la Oficina de Naciones Unidas para la Droga y el Delito (UNODC), que cifra en seis mil millones de euros el beneficio de las mafias de tráfico de personas en 2016, todo un pastón por los dos millones y medio de desesperados que le colaron a otros.
Abordar la inmigración es complicado, más aún cuando la que escribe y –seguramente– el que lee no porta genéticamente los ocho apellidos vascos que “acrediten” el derecho a la tierra donde se nace, se vive, se muere. Todos somos inmigrantes, incluidos los Windsor —Casa Sajonia-Coburgo-Gotha hasta 1917—, pero unos hacen las cosas bien y otros, en nombre del “buenismo” institucional, provocan un efecto llamada.
Ni siquiera países con un PIB tan alto como los del Golfo se libran de inmigrantes ilegales, pero las imágenes de barcos en el Mediterráneo no se utilizan para manipular la opinión pública. Para evitar conflictos emocionales, Emiratos prohibió en el último Ramadán, que terminó hace unos días, pedir en la calle y llevar comida a las mezquitas, donde tradicionalmente los menos afortunados solían esperar a que las familias generosas les aportasen viandas dignas de una cena navideña. El gobierno lleva años instalando carpas para el iftar (desayuno) vespertino para la mano de obra, así que adiós a la comida a la puerta del templo.
Con el 88.4% de población extranjera, apenas hay ilegales: los inmigrantes necesitan que una empresa les contrate o pagarse un cuantioso visado en una zona franca. Los sponsors velan por la llegada y la partida de sus empleados, y al final del contrato les pagan el billete de regreso a casa. A ver cuántos invernaderos españoles pagan el viaje, la estancia y el billete de vuelta a los inmigrantes que cultivan lechugas.
Algunos inmigrantes se quedan en Emiratos con la residencia caducada, bien para probar suerte o porque un empresario desaprensivo ha huido dejándolos en el limbo. La multa por estancia ilegal puede ser estratosférica y los que no pueden afrontarla se acogen a la amnistía para retornar a casa: si el gobierno paga el billete, tienen dos años de prohibición para volver, si lo pagan ellos, no hay sello. Los ciudadanos de países en guerra que estén desempleados pueden residir un año sin visado. También se hacen inversiones cuantiosas (2.500 millones de euros para Etiopía), en lugar de repartir tiritas en el lugar de acogida.
El mundo no es perfecto, pero en el Golfo las mafias no les doblan el brazo a las autoridades ni el vecino libera más pateras matutinas para imponer otro jugoso acuerdo. Para respetar a otros, hay que hacerse respetar. Los seis mil millones de euros de las mafias serían más provechosos para construir África que para hacernos un selfie con el “Aquarius” en Valencia. ¿A quién estamos beneficiando?
Publicado en Ecoonomia el domingo,