A ver, que no quiero sembrar el pánico, pero la balda de las camisas de seda y los blusones en oferta “compra uno y llévate otro a mitad de precio”, me está mirando. Tiene ojos, o quien dice ojos, dice sensores. Ahora que el e-commerce está cercenando puestos de trabajo en los parqués comerciales y creándolos en las naves industriales del extrarradio, donde se gestionan las ventas del comercio online, todavía hay mucho terreno a conquistar en los centros de moda.
Así debieron pensar unos emprendedores indios que han diseñado unos sensores que, camuflados en las estanterías de las tiendas, detectan a los clientes y facilitan mapas de calor, zonas de ventas cruzadas, itinerarios y visitas repetidas. La idea permite alternar la ubicación de los bolsos en azul claro y colocarlos enfrente de las camisetas blancas, y si las clientas no se paran o no compran lo suficiente, se devuelven los bolsos a la repisa de los complementos y se le busca otro compañero de ventas a las camisetas, digamos que las alpargatas a rayas marineras irían bien.
Las señales que emiten dichos sensores se suben a la nube y se comprende mejor el tráfico en los pasillos de la tienda, las acumulaciones de visitas en una mesa con calcetines de oferta, y la triste soledad del armario de los abrigos. Se puede experimentar con ubicaciones o con cambios de precio para asegurarse de que nadie se vaya sin la camiseta y el bolso, o sin la camiseta y las alpargatas.
Los ingeniosos que pusieron en marcha el artilugio validaron su uso en 8.900 tiendas –vale, la India es un país enorme, pero la cifra sería el equivalente a tres cadenas mundiales de Zara–, y las cajas registradoras reventaron de alegría.
Los promotores de este ejemplo de innovación inversa (cuando las ideas se generan en países emergentes y se exportan a mercados desarrollados), planean instalar sensores en 81.000 comercios en Oriente Medio, pero hay margen para apostar por otros sectores: ¿qué tal unos cuantos sensores para detectar el flujo de hooligans en estadios de fútbol, aeropuertos, estaciones de metro, intercambiadores de transporte, universidades,…? Las aplicaciones en plan “Smart City” de estos sensores para gestionar un movimiento armónico y fluido de sus ciudadanos son infinitas, y además, muy baratas y poco invasivas en la privacidad.
A pesar de que pueda hacernos sentir como carne de sensor al entrar en una tienda y de que nuestros movimientos serán almacenados y vistos en la nube digital, sería de celebrar que, por una vez, seremos detectados como potenciales compradores según nuestra señal física, sin necesidad de facilitar nuestros datos digitales, ya que no se infringe la nueva ley europea de protección de datos (GDPR). Y adiós a los perfiles de Facebook para registrarse en las boutiques digitales. Mis datos son míos y nada más que míos. Por cierto, ¿le dijo el sensor si me llevaría la camiseta con el bolso o con las alpargatas? Es que me cuesta elegir…